Temprana interacción de niños con tecnología podría ocasionar dificultades psicomotrices

En 2016, Angélica Alarcón García, licenciada en Terapia ocupacional y máster en neurociencia por la Universidad Nacional de Colombia, hacía públicos los resultados de un estudio piloto en el que pretendía analizar las consecuencias del uso abusivo de la tecnología (sobre todo tabletas, smartphones y videojuegos) en el desarrollo de las habilidades perceptivas y motoras de los menores. Para ello estudió a 153 niños entre los 7 y los 16 años de colegios de Bogotá y Chía. Según los resultados, casi el 35% de ellos (la mayoría entre los 7 y los 10 años) presentaban Trastorno de Desarrollo de la Coordinación (TDC), que se caracteriza por la dificultad para llevar a cabo tareas psicomotoras que implican movimientos coordinados y precisos. Hablamos por tanto de niños que presentaban dificultades no esperadas a su edad para llevar a cabo tareas como construir objetos, escribir o abrocharse un botón.

“Los estudios que hay centrados, concretamente, en dificultades grafomotrices sitúan sobre los siete años el porcentaje de prevalencia de este trastorno en un 37%. Luego la cifra va cayendo en picado. Hasta el 17% aproximadamente a los 8 años y el sobre 6%-7% en los siguientes cursos, que es cuando ya debería estar automatizada la lectura y la escritura. Pero pese al descenso aún estamos hablando de entre 7 y 8 niños de cada 100 con dificultades motoras”, reflexiona Curro de Los Santos, terapeuta ocupacional en El Centro Tándem de Las Rozas (Madrid) y miembro de la Asociación Profesional Española de Terapeutas Ocupacionales (APETO).

En el desarrollo de este tipo de trastornos confluyen factores ambientales y genéticos. Así, de papás con torpeza motriz, con dispraxia, o con trastorno del desarrollo de la coordinación, probablemente nazcan hijos que puedan tener también estas dificultades. No obstante, como explica el profesor asociado de terapia ocupacional de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, esos problemas se podrían minimizar “si de los 0 a los 3 años al niño se le dan opciones de afianzar y desarrollar estas competencias motrices”. Algo que, por desgracia, según la experiencia del terapeuta ocupacional, no se da de forma habitual hoy en día: “Se tiende a que los niños pasen mucho tiempo sentados y ante pantallas, a limitar las posibilidades de movimiento, a empezar con aprendizajes formales (números, letras) muy pronto. De esta forma, los niños que tienen una tendencia genética no pueden desarrollar esas competencias previas necesarias para luego atarse un cordón o llevar a cabo la parte mecánica de la lectura y la escritura”.

Según el estudio piloto llevado a cabo por la investigadora colombiana, el TDC se relacionaba también directamente con un bajo rendimiento académico. Un extremo que, como añade Curro de Los Santos, también corroboran otros estudios longitudinales que acompañan a los niños hasta la edad adulta. Según el experto, estos estudios señalan que los niños con TDC “van a tener una autoestima más baja, problemas de aprendizaje, tienen más posibilidad de sufrir estrés y depresión y van a tener peor rendimiento académico. Es decir, que hablamos de un trastorno que muchas veces pasa desapercibido, al que no damos importancia, pero que cuando miramos al futuro vemos que tienen un impacto directo en el autoconcepto”.

Dificultades para coger un lápiz

Recientemente, en un artículo publicado por el diario británico The Guardian, la terapeuta ocupacional pediátrica principal de la Fundación Heart of England NHS Trust, Sally Payne, alertaba de que muchos niños ingresan hoy en la escuela sin capacidad siquiera para sostener un lápiz porque no han adquirido previamente las habilidades fundamentales de movimiento. “Para poder agarrar un lápiz y moverlo necesitas un fuerte control de los músculos finos de tus dedos. Los niños necesitan muchas oportunidades para desarrollar esas habilidades”, afirmaba. Y al parecer, no las tienen.

¿Estamos llegando realmente a estos extremos? ¿Puede incentivar estos problemas el uso abusivo de la tecnología en edades tempranas? “Sí, claramente sí. Desde mi práctica, sí. Y desde las evidencias científicas, también. El ser humano se desarrolla sobre la base de la exposición a la experiencia, tanto corporal y física como emocional. Si tú privas al niño de esa experiencia o solamente la limitas al uso visual, táctil y, si me apuras, un poco al pulgar, digamos que el resto de sistemas sensoriales y psicomotrices no se van a desarrollar de la misma manera que si ese niño tuviese muchas oportunidades de juego en contextos naturales”, afirma Alejandra Rivas, terapeuta ocupacional del Centro de terapia ocupacional pediátrica en Gijón y miembro de la Asociación Española de Integración Sensorial (AEIS) y de la Asociación Americana de Terapia Ocupacional (AOTA), que no obstante matiza que la tecnología en sí no es ni buena ni mala, sino que el problema es el uso y el abuso que hacemos de ella: “Evidentemente, el desarrollo de un niño no va a ser el mismo si le ofreces cuatro horas de tecnología al día y media hora de juego normal, en el que pueda involucrar todo su cuerpo, que si la distribución de tiempos es a la inversa”.

Una opinión que corrobora Curro de Los Santos, que considera que hay una tendencia generalizada al sedentarismo, a pasar mucho tiempo delante de la televisión y de dispositivos electrónicos desde edades muy tempranas, algo que está “restando tiempo a los niños para que puedan desarrollar competencias motrices”. Se da la paradoja, por tanto, de que tenemos niños hiperestimulados tecnológicamente, pero hipoestimulados sensorialmente. Niños que llegan a la edad escolar sin haber desarrollado los prerequisitos necesarios para que luego los aprendizajes (leer, escribir, recortar) se den de forma natural: “En nuestro centro hacemos pruebas a los niños para ver cómo discriminan la información táctil, para ver qué tipo de pinzas utilizan, y la verdad es que a veces llegan con unos niveles de conciencia corporal muy bajos, con un tono muscular tan bajo que la escritura se convierte en una tarea muy ardua. Les cuesta tanto que se frustran y ya sabemos que al final todo lo que nos cuesta tendemos a dejarlo”.

Una situación a la que tampoco ayuda, según Alejandra Rivas, el sistema escolar, donde en su opinión la educación infantil se está convirtiendo en “casi una preprimaria donde se apura a los niños de 5 años a leer y escribir mientras no se les están dando las posibilidades de desarrollo, lo prerequisitos para que esto se produzca de manera natural”. Prerequisitos como aprender a manejar unas tijeras o trabajar con recortables, actividades que en muchos casos se pierden al llegar a primaria y que si no se han desarrollado en su momento pueden conllevar un encadenamiento de dificultades posteriores “tanto en resolución de problemas, como en el ámbito de problemas de coordinación bilateral, de planificación motora, de tono muscular o de habilidades de coordinación ojo-mano y ojo-pie”.

“Más judo y menos chino en la primera infancia”

Es difícil luchar contra el recurso electrónico y digital porque, como afirma Curro de Los Santos, este es “muy motivador” y los padres, cuando tienen hijos con dislexia o disgrafía, ven que a corto plazo con la tecnología el niño “se involucra”. Sin embargo, según el experto, hay mucha diferencia a la hora de interiorizar el aprendizaje entre escribir en una tableta o hacerlo a mano. “A mano es más costoso, pero tal y como reflejan los estudios se fija mejor el aprendizaje. Deberíamos pedirles a los niños un pequeño esfuerzo, porque incluso a nivel de funciones ejecutivas escribir en papel es más beneficioso”, argumenta.

Pero, más allá de estos niños con un problema ya diagnosticado, ¿qué pueden hacer los padres para prevenir este tipo de trastornos? Alejandra Rivas dice comprender que los padres acumulan hoy mucha carga, pero les anima a fomentar el juego natural, de parque y en familia: “Los niños deberían tener más contacto con exposiciones normalizadas de juego (parques, juego con otros niños, paseos en bici) de las que se les están ofreciendo hoy”.

Curro de Los Santos, por su parte, considera por un lado que el uso de la tecnología hasta los seis años debería ser anecdótico; por otro, resume sus principios en una frase: “Más judo y menos chino”. “Entiendo que los padres están muy preocupados por el aprendizaje académico y meten a sus hijos en chino, en inglés, en Kumon… pero para que un niño llegue maduro y la lectura y la escritura entren prácticamente sin ningún esfuerzo a los seis años, lo que tienen que hacer es jugar, practicar deporte, disfrutar de entornos donde sea necesaria la interacción y ajustarte a lo que está sucediendo. Los padres deberían empezar a preocuparse de los aprendizajes académicos a partir de los seis años. Antes deberían dar a sus hijos todas las oportunidades que puedan para jugar, para ir al parque y hacer deportes, porque si en esos seis primeros años maduran de forma correcta el aprendizaje formal viene rodado”, argumenta.

Por último, y también en relación con el abuso de la tecnología, De Los Santos muestra preocupación por el hecho de que los niños “sean cada vez más inflexibles” y muestren patrones “más rígidos” de comportamiento. De ahí su recomendación de disfrutar de entornos donde sea necesaria la interacción y ajustarse a lo que está sucediendo. “No es lo mismo jugar en la calle, tener que adaptarte a situaciones que no se pueden manejar, en un juego en que los niños cambian las normas o se las saltan; que estar tú solo con una pantalla, con un juego en el que dentro de su dinamismo siempre suceden las mismas cosas”, concluye.

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