Italia.- Un domingo, Fabrizio decidió entregar su teléfono celular a su padre, dejándolo a un lado de su maletín de trabajo, adentro de un sobre.
“Al principio no le di importancia a la cosa, me pareció extraño que incluso el segundo día el teléfono permaneciera allí”, comentó su padre, Alessandro.
Cuando encaró a su hijo, no esperaba la respuesta: “Te devuelvo el teléfono, papá, no puedo soportarlo más”.
En un principio, sus padres sospechaban que había dejado el celular porque deseaba un teléfono nuevo, pero jamás lo contrario.
Fabrizio comenta que está cansado de “ser como los demás”.
El menor aprovechó la situación para estimular sus pasiones, como tocar la batería.
“Cuando usaba mi teléfono celular, miraba mi reloj y el tiempo no pasaba nunca. Ahora, tengo el problema opuesto: toco la batería, juego más tiempo al tenis y las horas vuelan”.
Sólo los primeros días de su “abstinencia” fue cuando tuvo problemas, pero después se acostumbró.
Fabrizio comenta que se siente mejor con sus otras actividades que lo que hacía con su celular, como “competir” con sus compañeros de clases para ver quién recibía el mayor número de mensajes.
“En mi opinión, el teléfono celular es una jaula, una droga. Con mi teléfono celular veía una pantalla, ahora que estoy más afuera, miro la realidad”.
Sin embargo, no niega que en algún momento quizá retome su teléfono, pero ahora tiene una visión distinta.
Sus padres y la comunidad de Bitonto, en Italia, están sorprendidos por su acción, y ya ha concedido diversas entrevistas a medios locales.
Con información de El Imparcial
