¿Inteligencia artificial? Primero hay que conocer bien nuestra propia mente

Llevamos milenios soñando con la existencia de androides superiores a los humanos, pero todavía no hemos descifrado nuestra propia mente

Buena parte de la producción cultural enmarcada dentro del género de la ciencia ficción se produce en un marco histórico de un futuro muy cercano, del presente o incluso de una época que ya hemos superado hace años.

Bien es cierto que algunos de los acontecimientos que han vivido nuestras sociedades no quedan lejos de la peor de las distopías literarias, pero la realidad es que en materia tecnológica, más aun si se trata de la creación de inteligencia artificial, queda mucho camino por recorrer, si es que llegamos al punto previsto.

Ya desde la mitología de la Antigua Grecia se soñaba con la existencia de androides, de robots con aspecto humano -es el caso de Talos, el gigante de bronce que protegía Creta de sus invasores-, pero el dotar a esa carcasa de una mente equiparable o superior a la nuestra sigue siendo una materia reservada a la citada ciencia ficción. ¿El motivo? Pues, entre otros, que ni siquiera sabemos con exactitud cómo funciona nuestra mente, por lo que diseñar algo a imagen y semejanza de lo desconocido resulta imposible.

“¿Cómo construyes una mente si no sabes cómo funciona la humana?”, se preguntaba ayer Martín Molina, catedrático del Departamento de Inteligencia Artificial de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) en un curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), en Santander.

“En los últimos tiempos hemos hecho un progreso extraordinario en inteligencia artificial y robótica, pero tenemos que tener claro que estamos en los primerísimos pasos“, argumentaba, poniendo como ejemplos de “puntos críticos para avanzar” la “falta de comprensión de las funciones mentales”, algo que convierte el diseño de cerebros artificiales “en un arte”.

La manera de tratar de aplicar los conocimientos sobre la mente humana y sus conexiones neuronales para desarrollar una mente artificial se enmarca dentro del conexionismo, pero ésta es sólo una de las muchas líneas de investigación que siguen los creadores de robots.

De hecho, el lector ya puede estar pensando en algunas de las funciones ‘mentales’ que poseen algunas máquinas ya desarrolladas, que superan por mucho las capacidades humanas, en base a otras formas de generar ‘inteligencia’, como la relación de símbolos o el aprendizaje en función de la experiencia.

“Hemos llegado de momento a parcelas de inteligencia, no a la inteligencia artificial general, del nivel de los humanos. Sí ha pasado que algunos de esos comportamientos han superado a los humanos, como es el caso del ajedrez –ya en 1996 la supercomputadora Deep Blue logró ganar una partida al campeonísimo Gari Kasparov-, el reconocimiento de imágenes, que casi está al nivel humano, y no digamos ya en el cálculo y la memoria”, sostiene Molina, que se presenta optimista respecto a los avances científico-tecnológicos en esta materia: “Es probable que lleguemos a una inteligencia que supere a la humana”.

Aun así, como reconoce el catedrático, que trabaja en un proyecto de drones autónomos, “la robotica está en el mundo industrial desde hace muchos años, pero las máquinas no tienen una mente que les permita reaccionar ante el mundo de manera eficaz“.

Ahora contamos con el ‘big data’ y con unos superordenadores capaces de poder manejar a gran velocidad grandes volúmenes de información que se pueden utilizar para generar ‘conocimiento’ en los robots, lo que ha permitido el impulso en este campo en los últimos años, pero la realidad sigue siendo muy prosaica.

“No hay ningún robot que sepa doblar bien una camisa”, bromea Molina aludiendo a algunos que sí lo hacen, aunque sin la delicadeza que la tarea exige. Y esto en el plano mecánico, donde los ingenieros se las ven y se las desean para hacer, por ejemplo, que la máquina supere con éxito obstáculos o que sea capaz de subir y bajar escaleras, algunos de los grandes problemas para los creadores. El problema de conseguir una inteligencia artificial avanzada, algo mucho más difícil, tiene por tanto un largo recorrido por delante.

Para muestra, un botón: “No ha habido todavía ninguna máquina capaz de superar el Desafío de los Esquemas de Winograd”, asevera el experto en inteligencia artificial. Esta prueba consiste en un test de inteligencia compuesto por una serie de preguntas que contienen figuras retóricas como la anáfora y que en caso de ser superado determinaría que la máquina tendría inteligencia. Algo así como la prueba Voght-Kampff de Blade Runner que medía la empatía del presunto replicante para determinar si era humano o no, pero aplicado al intelecto.

Un ejemplo de pregunta para robots del desafío: “Pablo tranquilizó a Jorge porque estaba muy nervioso. ¿Quién estaba nervioso?”. Un humano entiende rápidamente, sin necesidad de que la frase lo diga explícitamente, que quien estaba nervioso era Jorge y por ello Pablo lo tranquiliza.

Algo que para un robot queda muy lejos de su ‘comprensión’, lo que evidencia el punto en el que está todavía esta materia y que aleja de los más soñadores la idea de tener enfrente a una máquina con sentido común, que lo comprenda o que pueda tener una relación de igual a igual.

No saben ni resumir un texto

Hay robots en el espacio, en las fábricas, en carreteras de prueba y hasta en nuestras casas -como el popular robot aspiradora Roomba-; los hay que son capaces de mantener una conversación, reaccionando a lo que dice su interlocutor, y las expresiones faciales cada vez están más conseguidas, pero ¿qué más cosas faltan para que sean inteligentes a nivel humano?

Para Molina, todavía falta por desarrollar, por ejemplo, su comprensión lingüística y visual: “No saben compender un libro entero o traducir poesía porque tiene metáforas y otros recursos. Tampoco resumir un texto, eso que hacíamos en el colegio, entender una escena, resumir películas o aprender con una única imagen, por ejemplo la de un gato para después generalizar y establecer así que lo que hay ahí es otro gato”.

Como enumera Molina, tampoco pueden manejar objetos con herramientas, manipular objetos frágiles o realizar cirugía autónoma. Ni diseñar o crear, “porque las máquinas son buenas para imitar, pero no para hacer creaciones originales”. “No son independientes de los humanos. Estos robots fantásticos que tenemos, a la hora de la verdad tienen por ejemplo una batería que les hace dependientes. Quitando el Opportunity, un robot rover que está en Marte desde 2004, tienen muy poca batería y no pueden repararse ellos mismos”, especifica.

Asimismo su interacción social es muy limitada. “No saben argumentar de forma persuasiva, dar una charla ante una audiencia, entretener o hacer reír con sarcasmo e ironía o liderar grupos de personas”, indica antes de concluir que “todo va muy rápido y casi todo el mundo está de acuerdo en que vamos a conseguir niveles de inteligencia. Lo que no sabemos es cuándo”.

 

Fuente: elmundo.es